miércoles, 2 de mayo de 2018

Hola, Lúa

Hola, Lúa. ¿Qué tal? ¿Estás tranquila allí arriba? ¿Las vistas son buenas? Quería decirte que hace tiempo que no te sueño, y la verdad es que te echo de menos. Echo de menos los momentos oníricos y efímeros en los que vuelvo a acariciar la palma de mis manos con tu pelaje vainilla; los momentos en los que vuelvo a oír tus singulares y apacibles ronroneos caninos, que, resonantes, se me reiteran en las mientes; los momentos en los que te siento real, en los que sé que estás sin que estés, en los que creo que vienes a verme, y momentos en los que, cuando te veo, sé que el momento en que abra los ojos y despierte será un “hasta la próxima”, hasta la próxima alegría que me regale el subconsciente para estar a tu lado. A tu lado para recordarte lo mucho que te echo en falta y la mucha falta que me haces, a tu lado para saber que me quieres decir algo pero tu condición te lo impide, a tu lado para ver en tus sinceros e inocentes lucerillos qué es lo que me estás diciendo sin necesidad de palabras ni ladridos. A tu lado, a secas, porque es ahí donde me gustaría haber pasado mucho más tiempo.¿Sabes? El invierno es más frío desde que nos dejaste, desde cientos de kilómetros de distancia, desde que el soplo de tu último aliento abandonó las húmedas tierras mallorquinas y llegó al frío aire madrileño. ¿Recuerdas? Aquella noche la abuela habló contigo, te dijo todo aquello de parte de las dos, apenas dormimos para poder despedirnos de ti, como que no estuvimos allí para hacerlo... Pero, ¿sabes otra cosa? Que, en parte, soy feliz. Soy feliz porque tú fuiste feliz, y te fuiste feliz, porque te fuiste rápido y porque la granja fue tu cuna de principio a fin, y feliz porque viví nuestros doce años sabiendo que eras un tesoro que proteger a toda costa.
Quiero volver a gritar el nombre de todos, incluyendo el tuyo, y que vengas, que intentes levantar tus gastados huesos y tu cuerpo achacoso a mi abrazo desesperado, que ladres una vez, la necesaria, para reflejar exactamente el regocijo que yo siento, que vengas a verme más a menudo, que me mandes alguna señal. Quiero decirte que te quiero, mirándote a los ojos, sabiendo que me entiendes. Y ojalá retroceder en el tiempo, ojalá despedirme como era debido, ojalá despedirme sabiendo que iba a ser la última despedida, ojalá que nunca tuviera que haberme despedido. Y ojalá, Lúa, alguna vez volviera a verte y a rodear con mis brazos tu peludo cuello desprovisto de collar, y que ellos fueran tu única soga, para que esas cadenas derrochadoras de amor fueran tu hogar hasta que el tiempo se cansara de contar los segundos.
Ojalá, reina meva, pudieran mis labios volver a sonreírte y pudieran volver a coincidir nuestros tactos.


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Hola de nuevo. Seré breve.
Lúa era una Golden Retriever que mi abuela adoptó cuando yo tenía algo menos de dos años y que murió la Navidad en la que yo acababa de cumplir doce. Mi abuela es de Mallorca y vive allí, y yo voy muchas veces al año, así que, aunque no viera a Lúa todos los días, sí que más o menos crecimos juntas. Cuando murió, mi abuela y yo estábamos en Madrid, y la última vez que yo la vi fue el verano anterior.
Mi familia isleña siempre ha tenido muchos animales de muchas especies (lo que he mencionado de la granja), así que aunque haya conocido a muchos de los perros de la familia (más de 15), puedo afirmar sin miedo a equivocarme que ella era especial, distinta, como una persona amabilísima reencarnada en perro y con una especie de conciencia humana, y por eso no me gusta escuchar eso que siempre me han dicho de "claro, siempre creemos que nuestro perro es el más especial y el mejor", sin intención de ofender.
Todo trata de que a veces sueño con ella, y como soy capaz de darme cuenta de que no es real, procuro estar a su lado todo lo que pueda antes de despertarme, y siento como si hubiera venido a verme, como en la canción Historia de un sueño de La oreja de Van Gogh. Sé que los sueños, por estúpidos que sean, parecen reales mientras se viven, pero en este caso solo "me despierto" dentro de él cuando ella aparece, y como sé que cuando se acabe va a morir, aprovecho para estar con ella.
Hace más o menos un mes tuve un bajón en el que empecé a acordarme de ella y a echarla mucho de menos. Lloré, hablé con gente y escribí lo que acabáis de leer. Quería dedicarle algo sincero y desde dentro, y de hecho lo grabé como un monólogo en mi escuela de teatro, cosa que me hace más ilusión todavía.
Al final no he sido breve, pero conociéndome creo que era predecible. Nevertheless, ya lo dejo. Espero que os haya gustado.

¡Hasta el próximo textillo!

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